Llegando a Jesús, como lo vieron ya muerto, no le rompieron las piernas, sino que uno de los soldados le atravesó con su lanza el costado, y al instante salió sangre y agua".

Evangelio según san Juan, 19: 33-37:

San Juan es el encargado de testificar que el hecho sucedió. Lo más sorprendente del caso, es que la práctica no era frecuente, pues los soldados preferían otros métodos de tortura para corroborar si el crucificado estaba realmente muerto -como por ejemplo, fracturarle a golpes ambas piernas-.