Judith Leyster, la mujer que con su espontaneidad y sus mejillas rosadas rompió los paradigmas del barroco

Una pintora autodidacta resaltó por encima de la multitud por sus trabajos llenos de sonrisas y rostros sonrojados. Sin importar las dificultades sociales y económicas por las que tuvo que pasar, logró una posición respetada dentro del mundo de las artes. ¿Quién fue Judith Leyster? ¿Qué pintaba? ¿Por qué rompió las tradiciones del barroco? Aquí te contamos todo.

Mary Villarroel Sneshko
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Elegir 14 dic 2017
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¿Quién fue Judith Leyster? 

Judith Leyster (1609-1660) –traducido algunas veces como Leister-, fue una pintora holandesa que destacó por la fineza de sus trazos y su estilo particular de pintar los rostros –con mejillas rosadas y casi siempre, sonrientes-. Hoy es considerada una de las figuras más importantes de la Era de Oro de la pintura. (En la foto: Autorretrato a los 21 años, 1630, en la Galería Nacional de Arte de Washington).

Un talento innato rompió los parámetros de la época

Nadie sabe con exactitud cómo fue la formación artística de Judith, pero su talento salió a relucir desde muy temprano. Hija de un sastre y en pleno siglo XVII, no tenía muchas posibilidades económicas. Dedicaba su tiempo libre a pintar cuadros por encargo y así ayudaba a su padre con el mantenimiento de la casa.

Sin las posibilidades para estudiar arte, más las limitaciones de género, se presume que su formación fue –en su mayoría- autodidacta, hecho que sorprende a los historiadores pues parte de su trabajo y de su técnica se asemeja a la del artista italiano Caravaggio, uno de los pintores más famosos del Barroco.

Pese a que no tenía ningún tipo de instrucción en la pintura, su talento parecía abrirle todas las puertas, con 19 años logró aparecer en un libro del poeta holandés Samuel Ampzing como pintora consagrada.

Uno de sus mayores logros como artista, fue entrar a la Guilda de San Lucas, una de las asociaciones de artistas más prestigiosas de Europa en la que únicamente permitían hombres. Su talento era tan valioso que decidieron incluirla –junto con otra artista anónima-, siendo las únicas dos excepciones a la regla. 

Su pintura más polémica: "La propuesta" (1631)

Su pintura más polémica y más resaltante -debido a la gran cantidad de detalles y el uso de la iluminación en tan solo 30.8 por 24.2 cm-, también titulada "Hombre ofreciéndole dinero a una jovencita", resulta ser una de las pinturas más importantes de la época. Tras años de análisis, se presume que es en realidad un autorretrato. Siendo una de las pocas artistas mujeres en la Guilda de San Juan, pasaba la mayor parte de su tiempo trabajando con hombres, muchos de los cuales le ofrecían materiales de arte -lienzos, pinceles y óleos- o dinero, a cambio de favores sexuales. En la pintura se observa como un hombre interrumpe el trabajo de una jovencita, ofreciéndole dinero con una mano y tocándole el hombro con la otra.

¿El matrimonio hizo que perdiera su identidad?

Ya con una carrera definida como artista, con 27 años decidió casarse con Jan Miense Molenaer, un pintor holandés que –si bien no tenía tanto talento como ella- producía obras de estilo similar de forma masiva.

Juntos decidieron mudarse a Ámsterdam en búsqueda de inspiración artística y mejores posibilidades económicas, allí conocieron a Frans Hals -uno de los pintores holandeses más importantes del barroco- que fue quien los incluyó en los grupos artísticos de la ciudad.

Dedicada a su vida como esposa, se dedicó a pulir la técnica de los cuadros de su marido para que fueran vendidos en la ciudad y ella dejó de producir los suyos.

Hals quien admiraba su talento no quería que perdiera sus cualidades pictóricas y ocasionalmente le pedía que hiciera cuadros muy específicos para él –con el pasar de los años, se descubrió que Hals los vendía presumiendo que eran de su autoría-. 

Entre los plagios de Hals y las correcciones a los cuadros de su marido, dejó a un lado su vida como artista.

Mejillas rosadas, caras arrugadas y sonrisas traviesas

Si bien los cuadros de Caravaggio eran su inspiración, Leyster desarrolló un estilo pictórico particular. Mientras estuvo en la Guilda de San Juan, debía hacer trabajos banales -como pintar y decorar vajillas-, pero nunca dejó a un lado su personalidad al pintar. Su pasión eran los retratos y todos tenían características similares: mejillas sonrojadas, las caras arrugadas y rostros sonrientes. Esta marca personal fue la que hizo que años después, su trabajo fuera reconocido como uno de los más importantes de la Edad de Oro de la pintura en Holanda.

Una pintora del barroco que rompía los estándares con su espontaneidad

Parte de la relevancia histórica de los trabajos de Leyster, es que pese a que su contexto social estaba sumergido bajo la corriente del barroco clásico italiano de Bernini o Caravaggio, como Holanda estaba saliendo del monopolio español, tenía libertad creativa.

Mientras que el barroco clásico consistía en cuadros exageradamente adornados y primordialmente con asuntos religiosos, Judith le dio un giro a la información que recibía y decidió moldear la ley a su manera, creando un estilo único que hizo que destacara en el tiempo.

Uno de los asuntos a su favor, fue que la religión principal de Holanda era el protestantismo, así que el arte no estaba controlado por la Iglesia. Fue así cómo logró una identidad única que hizo que sus trabajos fueran reconocidos aún años después de los plagios de Frans Hals.


Por Mary Villarroel Sneshko | @Vivodesorpresas | Culturizando
Con información de: Britannica | National Gallery of Art

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