Comala por Juan Rulfo

<i>"Vine a Comala porque me dijeron que acá vivía mi padre, un tal Pedro Páramo".</i>

Como Juan Preciado, protagonista de la novela, tomamos el camino del pueblo con la esperanza de encontrarnos con un sueño.

<i>"Hay allí, pasando el puerto de Los Colimotes, la vista muy hermosa de una llanura verde, algo amarilla por el maíz maduro".</i>

A diferencia de lo que decía Dolores Preciado, la vista moderna deja poco espacio para la literatura: camiones cargueros y de pasajeros, y una recta inmensa de asfalto, hacen de la llanura un lago verde en pausa.

Pero el kiosco y las palmas que rodean al Jardín Principal de Comala, mantienen ese encanto.

<i>"Desde ese lugar se ve Comala, blanqueando la tierra, iluminándola durante la noche".</i>

Luego de un pequeño paso empedrado, lleno de vegetación, se encuentra el sendero que asciende al pueblo, lleno de paredes blancas y tejas rojas. El corazón se convierte en letra pura.

<i>"El color de la tierra, el olor de la alfalfa y del pan. Un pueblo que huele a miel derramada".</i>

¿Se sueña con aromas? El olor del pan recién salido del horno, del café, de la sal: aunque el viaje ha sido breve desde Colima, la travesía parece haber sido en el tiempo.

<i>"En la reverberación del sol, la llanura parecía una laguna transparente, deshecha en vapores por donde se traslucía un horizonte gris".</i>

Desde mi posición, todo parece pintado por un Dios pragmático: la línea roja de los techos de las casas divide de tajo el cielo, salpicado de nubes, y la tierra, donde aún busco los pasos rulfianos.

<i>"Miré las casas vacías; las puertas desportilladas, invadidas de yerba".</i>

Llegué muy de mañana, cuando la noche cede su espacio al sol inclemente, que hace parecer espejismos las puertas abiertas de las casas, habitadas por ancianos que dan los buenos días, sonrientes.

<i>"Pensaba en ti, Susana. En las lomas verdes. Cuando volábamos papalotes en la época del aire".</i>

La época verde, llena del aire, es siempre. En el clima templado de la mañana temprana de Comala, soñar cuanto se ama es fácil, como lo hacía Pedro Páramo en su adolescencia.

<i>"Era la hora en que los niños juegan en las calles de todos los pueblos, llenando con sus gritos la tarde".</i>

Llegué en la mañana, a la hora en que las palomas despiertan al sol con su vuelo y sus gritos. A lo lejos, los juegos de los niños sugerían la existencia de una escuela, intangible para la vista.

<i>"El reloj de la iglesia dio las horas, una tras otra, una tras otra, como si se hubiera encogido el tiempo".</i>

La imagen de la Virgen Dolorosa junto a un Cristo doliente, en la iglesia encalada pero tomada por el aroma de las palmas traídas de Talpa, hace que todo se haga relativo, incluso la vida y la muerte.

<i>"No sentir otro sabor sino el del azahar de los naranjos en la tibieza del tiempo".</i>

¿Qué es el tiempo? Aquí no tiene sentido: aquí hay pasos de animales que no se ven, aquí hay gente que pasa con tranquilidad, que vive en otros tiempos, en otros palpitares. Dan ganas de quedarse.

<i>"Ibas teñida de rojo por el sol de la tarde, por el crepúsculo ensangrentado del cielo".</i>

Alejarse de Comala es difícil, pero necesario. Toca subir al volcán, probar otros sabores, soñar las lejanías que marca el camino ascendente hacia esa zona de fuego y café. Me llevo la nostalgia de Pedro Páramo y la belleza de este Pueblo Blanco.