Tribu de Sur América que reducía cabezas de sus enemigos

El poblado indígena Shuar, en la cuenca amazónica de Ecuador y Perú, es una de las pocas que los colonizadores españoles nunca pudieron doblegar cuando llegaron a América. A pesar de esto, su fortaleza y espíritu guerrero no lo es todo y no es lo que despierta la curiosidad, sino su tradición de reducir cabezas.

Titi González
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Elegir 29 jun 2017
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Aunque existen otras tribus en el mundo que les cortan las cabezas a sus enemigos, los Shuar son los únicos que además reducen su tamaño.

La tribu, conocida como Jíbaros, no ha desaparecido, solo que ahora está en contacto con el mundo moderno. Pero su ritual, que requiere habilidad, precisión y paciencia, cayó en desuso luego de que fuese prohibida en Perú en los años 50 y diez años más tarde en Ecuador.

La pregunta es ¿por qué lo hacían? ¿Qué técnicas utilizaban para crear una tsantsa? 

Los Shuar son fieles creyentes en la vida después de la muerte y le dan una gran importancia al mundo espiritual. Para ellos, al matar a un animal su espíritu sigue vivo dentro de su cabeza. Pero, al cortarla primero y luego reducirla, el vencedor se apodera del espíritu del vencido. 

La idea era atrapar al espíritu demoníaco, para evitar que vengue la muerte del guerrero vencido".

Tobias Houlton, antropólogo de la Universidad Witwatersrand, en Sudáfrica

El propósito de la reducción no era destruir al espíritu sino esclavizarlo"

Esta tribu creía que “el espíritu continuaba viviendo dentro de la cabeza, pero ahora trabajaba en beneficio del vencedor".

Luego de cortar la cabeza, los Shuar hacían un corte en la parte de atrás y arrancaban la piel del cráneo. Con un artefacto le quitaban los ojos, los músculos y la grasa. Posteriormente cerraban los orificios con espinas y luego cocían la piel en agua de río sobre una fogata, sin dejar que el agua alcance el punto de hervor, durante media hora.

Si hervía, se corría el riesgo de que se la piel se partiese y se desprendiera el cabello".

Explica el antropólogo.

Cuando retiraban la piel del cuenco, la cabeza ya se había reducido a un tercio de su tamaño original".

Luego de reducir la piel, armaban un tipo de bolsa y “manipulaban los rasgos con piedras calientes. Primero piedras más grandes, luego más pequeñas y finalmente arena caliente para llegar a los huecos más difíciles de acceder.

De esta forma, con el calor de la piedra y la arena sobre la piel, la cabeza se reducía un quinto de su tamaño. Luego, reemplazaban las espinas que cerraban la boca y los ojos con otros materiales.

Tapar los orificios era una parte importante del proceso y se hacía para “evitar que los espíritus se escaparan por los agujeros”.

Luego, frotaban la piel con ceniza, lo cual lograba que tuviese una tonalidad más oscura y adornaban la cabeza con plumas, caparazones de escarabajos, conchas y otros elementos decorativos.

Para finalizar, les hacían uno o dos agujeros en la parte superior para ponerles una cuerda y colgárselas en el cuello como una joya de protección. 


Titi González Méndez | Culturizando
Con información de BBC Mundo.

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